Flavio Santi Vargas
por Cristina Karolys
Cuando me enteré de que en Vancouver vive, parte del año, un chamán ecuatoriano, sentí un gran asombro. ¿Cómo había llegado a Canadá y a la costa oeste, específicamente?, era un misterio. Después supe que curaba a la gente y que trabajaba en comunidades sanando a familias enteras. Mi sorpresa creció.
Por fin me lo presentaron. Sentí una extraña e intensa familiaridad. Un candor especial, ese que se siente al encontrar a un hermano en mitad de un camino solitario. Al presentarnos, al abrazarnos y al iniciar la charla, me di cuenta de que me unía a él no solo un país de orígen, sino una raíz más fuerte, la selva. Además de un objetivo en común, la protección de bosques nativos en Ecuador. En otras palabras, estoy unida a él en pasado, presente y futuro.
Yo crecí en un bosque subtropical húmedo. En el corazón de Santo Domingo de los Tsáchilas donde mi abuelo compró una hacienda en la década de los 50’s. Él cuidó y protegió esa área. Criaba caballos y tenía también un poco de ganado, aves de corral y otras especies domésticas. Respetaba y amaba a todos los animales, salvajes o no y al espacio donde vivían. Se sentaba al pie de un majestuoso árbol de fruta de pan para ver a los caballos entrar en el establo al final de la tarde. Mi abuelo los cuidaba, principalmente de las matacaballo, una boa constrictor, y de la equis, serpiente oriunda y venenosa que sale al caer la noche.
Cuando murió mi abuelo, la hacienda se dividió en cuatro. Mi papá sembró palmito y árboles de macadamia. Se mejoraron los caminos y se taló parte del bosque, pero siempre conservando algunas hectáreas y todas las cejas de montaña. Ahora luchamos para preservar las especies importantes, sobre todo el Matisia Colorado, árbol maderable autóctono de esta región. La tala indiscriminada amenaza con arrasar todos los montes incluso dentro de nuestra propiedad. Santo Domingo de los Tsáchilas es un área devastada y los animalitos que quedan en los alrededores se han ido concentrando cada vez más en “nuestras” islas tupidas e intactas. Luchamos como familia por proteger lo que queda de la flora y fauna en esta región.
Pasé mi infancia en esta hacienda. Los tres meses que duraban las vacaciones eran los más dichosos. Llenos de aventuras cobijadas por el manto fiero y verde de la selva. Al volver a la ciudad, qué tristeza, cuánto silencio, ¡qué soledad que sentía en la casa! Estaba encerrada en sus paredes, prisionera en esta “selva de cemento”, como dice la canción. Es dura la separación, tremenda.
Cuando pienso en Flavio Santi y en su propio desarraigo, al vivir fuera de su tierra, sé que esta entrevista viene con una extensa historia y probablemente con alta dosis de dolor. Sin embargo, Santi sonríe. Él siempre sonríe, y ese gesto lo inunda todo de posibilidades infinitas.
En mi afán de recrear la información siguiente, he debido fusionar el castellano aprendido de Flavio con el mío, ortodoxo. Espero conservar el encanto de sus palabras, sus significados, su manera poética de describir y la fidelidad de su narración que he dividido en tres partes.
"Cuando creces entre la piedra, el agua, la planta, el árbol, el bejuco, las frutas y las flores comprendes entonces que todo es medicina”.
"Yo era carnicero, niño leñero, niño jardinero del bosque, el que sabe de plantas. Hoy sigo siendo ese niño jardinero, el que protege el bosque. No soy chamán.".
"Mi destino es de donde grita el sol. Mis abuelos vinieron y me dejaron en medio camino, ahora estoy volviendo a entrar. Yo soy del sol”.
Este felino bravo nos mira mientras hablamos.
"La tierra es indivisible, inembargable, inalienable, por perpetuidad".
El Aeropuerto Internacional de los Espiritus
“El ser humano y la planta son uno. El mundo de la globalización y su parte científica es lo que está totalmente separado. Lograr este nivel de entendimiento me ha tomado años. Cuarenta de tomar ayahuasca y de vivir en comunidad. Desde niños aprendimos el secreto de la selva, a ser humildes, a crecer junto a la naturaleza. Cuando creces entre la piedra, el agua, la planta, el árbol, el bejuco, las frutas y las flores comprendes entonces que todo es medicina”.
Santi me invita a tomar guayusa, la pone a hervir. Nos sentamos en el ala sur de esta casa en Vancouver. Estamos rodeados de libros, de carteles anarquistas y de varios dibujos. Veo apenas el jardín trasero, tupido de matas y de hojas vencidas por la lluvia de noviembre. Es un espacio antiguo y es fácil olvidar el año en el que estamos, 2023. Hay un gato sin cola que ni se entera, un cariñoso colorado que viene a saludarme.
“Cuando vine trayendo el mensaje desde la selva al norte siempre dije: la selva para nosotros es un templo. Dentro del templo existen montañas, cascadas y lagunas que conforman un Aeropuerto Internacional de los Espíritus. Nosotros tenemos la creencia de que este templo natural es nuestra Iglesia y nuestra forma de vida, nuestra comida espiritual. En ese mundo crecimos”.
Pregunto, ¿por qué decidiste salir de Ecuador?
Con un suspiro profundo inicia: “Salí del mundo de las plantas, acá al mundo norte, porque nosotros eramos muy radicales en Ecuador. A nuestro territorio no queríamos que entre nadie. Hablo de la Comuna San Jacinto; el Territorio Quechua de Pastaza y San Virgilio. Entonces, cada clan, cada familia tenía de 100 mil hectáreas para arriba. El que tiene menos no es nadie, sin territorio no se es indígena. Nuestra existencia depende del bosque, es nuestro orígen, su raíz”, agrega Santi.
“Mi abuelo tuvo cuatro esposas, cuarenta y ocho hijos. De los cuarenta y ocho hijos somos ya setecientos Santis. El nombre fue adaptado por los misioneros, del río Bobonasa, la familia Santi. Nosotros somos del clan Ayui yú, que quiere decir espíritu de palma, espíritu de chonta. Y de la tribu Wuambyza en el río Wasaga, ahora, Perú. Antes no era Perú, no había Ecuador tampoco. Éramos una tribu nómada que caminaba desde la selva peruana hasta el territorio Mía Sal. El orígen de mi abuelo es Wambyza, de Perú”. Me cuenta que su abuelo distribuía sal. Era llamado Cachiruna Samu, hombre de sal o humano de sal. La guayusa empieza a hervir, Santi pausa y da un suspiro. En la casa donde estamos hay piezas curiosas en todos los rincones.
“De repente, fuimos violentados en territorio, en cultura y en idioma. La invasión religiosa de la colonización y su forma de pensar nos cambió todo. Llegó la reforma agraria que decía que había que trabajar cada 50 hectáreas o si no no eras dueño de la tierra. Nos fueron invadiendo, los curas fueron los primeros mentirosos que nos traicionaron a los indios. No solo en quitarnos el territorio, nos traicionaron cambiando nuestros nombres, de nuestras ciudades, hasta de los perros. Es bonito cuando ponen nombre de perro o de animal porque ese era nuestro origen. Poner nombre de animal, de las montañas, del sol o de la luna, femenino o masculino, pero no fue así. Tenemos 120 años en Pastaza de este impacto social. Otros indígenas tienen 60 o 70 años de masacre, en la parte costera, por ejemplo. Ciento veinte años de masacre tenemos nosotros. Nuestros principios culturales se han venido debilitando desde entonces”.
Dice que cuando entraron en su territorio fueron odiados y tuvieron incluso que demostrar al país, que eran inteligentes. “Ellos miran a la selva como oro. Oro verde, oro negro, oro amarillo. Para el hombre blanco, la arena es dinero, la piedra es dinero, todo es dinero”, expresa. “Nos dicen indios pobres, pero no somos pobres, somos ricos en idioma, en cultura, en conocimiento. Ricos en filosofía y en medicina”.
“La farmacia natural para nosotros es el bosque”. Cuenta que durante la pandemia, nunca fue a la farmacia, que apenas tomó una pastilla para bajar la temperatura, pero que no necesitó más. “Si valoramos nuestra riqueza, no somos pobres. Pobres los que viven en la ciudad, en una caja de fósforos metidos, no respiran aire puro. Viven como en una cárcel. Nosotros somos libres. Conversamos con los insectos, con las ranas, con las mariposas, con el picaflor. Si queremos una piscina vamos a una cascada y nos bañamos libres, nuestra mente está libre. No hay fronteras porque los animales no tienen fronteras”.
Siento la profunda frustración de Flavio. Relata cómo el mundo de la globalización afectó su identidad cultural, porque anula sus propias enseñanzas. “Cuando yo era niño, mi papá nos llevaba a la pesca, a las tres de la mañana tomábamos guayusa. Entonando la quena conversábamos de nuestros valores. El Sumak Kausai y Sumac Alpa. Vida sin maldad en el bosque. Sumak Sacha es selva viva, selva pura”.
Pienso en la belleza del quechua (o qhueswa) que proviene de la región andina del Perú, Ecuador, Bolivia y Colombia, principalmente. Esta lengua tiene una historia rica y es elemento clave en la preservación de la identidad de las comunidades indígenas y de su patrimonio cultural y lingüístico. Añado el enlace a un diccionario quechua-español bastante completo, y un glosario de terminología de las tradiciones chamánicas y ceremoniales del linaje de la medicina inca (en inglés) para quien está interesado en profundizar en este tema.
Dejamos hervir aún la humeante guayusa. Mientras me pregunto de quién es esta casa, el gatito da otra vuelta por mis piernas. Flavio vuelve a su relato. “Cuando nos dicen pobres, no nos sentimos mal. Estos pinches pendejos, como alguien diría. Ellos tienen un desconocimiento de la magia de la selva, de la magia de la vida, de ese entendimiento del origen de la vida. No conocen el respeto a los pájaros. Para atrapar un polluelo caminamos un mes, pedimos disculpas y hacemos un ritual. Nos dicen depredadores, ¿quiénes son los depredadores? ¡Dios mío! ¿Quiénes nos llaman así? Militares, policías, colonos que disparan y matan por matar. Nosotros matamos por medicina, cazamos por medicina. Curamos la epilepsia, sacrificamos con una razón y un conocimiento”.
Dice que el Ministerio del Ambiente creó una ley que no reconoce a los guardianes del bosque que es el pulmón del mundo. Destaca que los nativos cuidan la selva desde siempre. “La tierra no se vende, no se compra, la tierra se protege, los minerales se protegen. Vivimos así un millón de años antes. Ahora venden todo lo que respira, el agua que corre”.
Explica que en el planeta todo está relacionado. “El venado de nuestra tierra se conecta con el venado de Canadá. Mandan telegramas espirituales. Afirma que el sistema moderno y los gobiernos quieren destruir este mundo. “El Aeropuerto Internacional de los Espíritus, la cascada, la laguna, el bosque. Van a saquear nuestra montaña y para sacar los minerales destruyen todo. La comida ya no es la misma, todo cambia. Por esta razón, mis abuelos y mi mamá son chamanes [para cuidar la tierra]”.
Narra que su abuelo decía que “cuando vayan a la ciudad van a comer carne vacunada, pollo vacunado, pescado vacunado y van a enfermar”. Después llegó la compañía Shell, Arco, Tripetrol. Y luego otras chinas, del Canadá y Estados Unidos. Entonces, él salió de su territorio.
Flavio va por la guayusa y luego continúa. “A mi me formatearon mis abuelos. Uno de ellos tomaba tabaco, él me eligió. Usted va a viajar al mundo, dijo. Tenía yo cinco años. A los nueve me estaba preparando ya. Fui dirigente desde los quince años. Guiaba las fiestas de leña para todas las abuelitas, organizaba la cacería y la pesca en el río grande. La primera pesca se daba a los viejitos para que se retiren y vayan a descansar. Yo era carnicero, niño leñero, niño jardinero del bosque, el que sabe de plantas. Era niño barrendero, niño botánico, era de todo. Ser dirigente es eso en la comunidad. Hacer mingas, hacer cunetas. Fui diez años dirigente. ¡Viví en un mundo tan rico en familia!”
Luego su tono cambia, “mientras yo vivía en ese mundo, el gobierno estaba planificando explotar petróleo, y luego estudiaban de dónde iban a extraer oro y uranio. Nosotros no estábamos preparados. Ni mi abuelo, ni ninguno de sus 48 hijos, ni cuatro esposas, ninguno era abogado. Nadie escribía, no sabíamos ni leer. Éramos los primeros pollitos aprendiendo el idioma español para comunicarnos con este mundo salvaje. ¡Qué mala onda que el español llegó y nos dañó nuestra mente, y cambió nuestro propio idioma! Qué mala onda que la iglesia llegó y cambió nuestros nombres y qué mala onda que llegó gente extraña a apuñalarnos por la espalda, nos traicionaron”.
Tomamos un trago de nuestras tazas, a estas alturas del relato, lo necesito. Reitera que “cuando esto estaba pasando, nosotros eramos radicales. No queríamos saber de los extranjeros, de gringos, ni de gente de la ciudad. Eramos autónomos. Primero, teníamos medicina. Segundo, teníamos comida, río con peces, bosque con animales. Pero cuando llegó la compañía y compró la conciencia a un dirigente, se desbarató. El gobierno, la empresa, el ejército dividieron a nuestras familias indígenas y robaron el petróleo. En la cabeza les metieron cerveza, trago, les dijeron: mira, si vas a seguir así no vas a educar a los hijos y otras condiciones y por necesidad los dirigentes se vendieron”.
“Ni yo ni mi papá nos comprometimos con nadie, porque tenemos principios. Y si yo hubiera vendido mi alma, ya no tomara tabaco, ni guayusa. Yo ya no, ni ayahuasca, porque sería hipócrita andar mintiendo al mundo que somos medicina. Sería hipócrita, indio tonto. Me vendo por un lado y saco plata por otro, ¡no! Mi destino es de donde grita el sol. Mis abuelos vinieron y me dejaron en medio camino, ahora estoy volviendo a entrar. Yo soy del sol”.
Se parte su voz y aunque él no lo sabe, yo me quiebro por dentro.
“Yo vine aquí para decirle al mundo que lo que ustedes consumen en el Norte está destruyendo la selva, está matando pueblos. Me sentí muy mal cuando la Compañía Arco de Estados Unidos destruyó un bosque y un río lleno de peces. Yo dije, ¿cuándo van a reponer ese río como era? ¿Cuándo? ¡Nunca! Esto fue del año 97 al 2000. Me muestran unos papeles de reparación… si fuera en mi idioma, en quechua, yo escribiría en una hojita nomás: asesinos, ladrones, saqueadores”, enfatiza.
Paramos un ratito… silencio… guayusita. Luego, toma otro sorbo y cuenta que vino al norte cuando el ejército los sacó del territorio de su abuelo. “Yo tenía 25 años cuando me dijeron que tenía que salir de la comunidad porque me iban a matar. Porque yo soy el excitador, el agitador, el terrorista, el mentalizador del activismo, el guerrillero. Yo salí de mi comunidad y pasé 25 años arrendando vivienda. ¿Quién me va a devolver el robo del petróleo, el robo del oro y mi arriendo? ¿Quién me va a devolver?
Flavio narra cómo se enfrentó a los militares en su juventud. “Tengan mucho cuidado porque si yo vivo 100 años, van a tener 100 años problemas conmigo”, les dijo. Fue entonces cuando el ejército le prohibió entrar en su territorio y el gobierno nacional le quitó todos sus derechos. “Lloré 30 años”, lamenta.
Luego de otra pausa su rostro se ilumina un poquito. Me cuenta que empezó a impulsar el turismo en Lagartococha, en el Tena. Era triste que en su territorio ya no tenía dónde llevar turistas, porque la petrolera había destruido su río. “Antes, los llevaba a ver la piedra mágica dentro del Aeropuerto Internacional de los Espíritus, donde enseñábamos el secreto de la selva a la gente extranjera. Decían wow, esto está bonito, me gusta la magia de la selva”.
La conversación, en este punto, continúa en un tono distinto. Para bajar el sabor amargo de la pena y la ira, tomamos nuestra bebida caliente. Santi sigue contando. “Entonces, empecé a mentalizar otro emprendimiento. Recuperar la tierra, osea, volver a comprar sitios sagrados. Compramos la primera finca. Una laguna mágica donde del año 85 al 92 hicimos turismo y juntamos dinero para comprar dos fincas más. Una laguna bonita, llena de magia. Cuatro lagunas tenemos ahora, una de anaconda, otra de los juri juris (AIE), otra para la pesca y otra para bañarse. Todas quedan en Pastaza, Mera, Cumandá”.
Flavio continuó trabajando en turismo y elaborando tejidos artesanales. Trabajó con su quena, con la guayusa y el tabaco. Durante diecinueve años viajó a Estados Unidos con visa de turismo y dice que se portó respetuoso con las leyes americanas. Afirma que permanecía por cinco o seis meses en el norte y después regresaba al Ecuador. Esto por diez años.
Debo recalcar que mi asombro es inmenso en este punto. ¿Cómo pudo alguien que salió del bosque, sin idioma, sin experiencia en la urbe, sin dinero, sobrevivir en un país ajeno y complejo como es Estados Unidos?
“En esos 19 años compré 2,700 hectáreas de tierra. Ya viendo que trabajaba así, unos amigos me ayudaron a buscar fondos y a comprar dos fincas más. Ahora me falta la subida. Entonces, ¡lindo!
¿Qué trabajo hace en el norte? ¿A trabajar cómo? Ahora tengo más preguntas que respuestas.
En Ecuador, en las propiedades adquiridas, empezó a fomentar los recorridos. “Los turistas entraban, cobraba por persona… y ¡boom! comprábamos otra finca. Entonces, con el turismo mismo, rotativamente, íbamos comprando. No era fácil llevar gente, teníamos que promocionar duro. La gente ambientalista también llegaba y ahí nuestros dos mundos luchaban. Siempre el mundo de la globalización y el mundo indígena se enfrentan. Los taxistas nos iban a dejar y no volvían por nosotros. Pagábamos, pero los buses no nos querían llevar con turistas.”
Ahora habla de él en tercera persona, “Flavio Santi fue atacado de diferentes maneras cuando luchaba contra la cuestión petrolera y trabajaba en turismo. Mi comunidad era número uno en arquitectura indígena. Sin embargo, decían que yo estaba pobre porque vivía en una chocita. No sabían que todos nuestros recursos los poníamos en la tierra. No pedíamos fondos para los pueblos indígenas, porque todos los dirigentes se habían vendido ya a las compañías. Estoy hablando de una resistencia tenaz”. Decían, incluso, que estaba metido en el negocio de la droga; que tenía a la policía, a la inteligencia y al ejército espiándolo.
“Tomamos ayahuasca y vimos como ellos estaban entre nosotros haciendo preguntas [en una visión]. Después, cuando todo esto pasó en el año 92 me dieron un cheque de veinte mil dólares [que no aceptó]. ¡En ese año, eso era un platal!” Cuenta que incluso algunos miembros de su familia se vendieron por poco dinero a las compañías petroleras entregando sus tierras.
“Mientras luchaba, hacía turismo. Entonces, tres militares me mandaron un soldado para observar lo que yo estaba enseñando a los gringos. –Sí, que venga–, dije. –Pero tiene que cargar mi mochila–. Ese conscripto aprendió la cultura con nosotros. Le encantó y se quedó haciendo turismo en Tena. –Esto sí me gusta, dijo”.
“Recuperé 300 hectareas, me falta el 10% [la subida]. Festejé haciendo una fiesta por las tierras que compramos para hacer turismo. Y me vino este sentimiento. ¿Por qué tengo que comprar las tierras de mis abuelos otra vez? Como que tuve que volver a comprar mi propia casa. Y lloré. Es una estupidez, y lloré. Me sentía feliz y luego me sentía triste. Hoy siento el orgullo de ser indio y de que nadie puede comprarme. Hay una madurez en mi principio filosófico de que la tierra no se compra, no se vende, la tierra se protege”.
Ahora soy yo quien para la olla para hervir más guayusa. Es pleno noviembre y hace frío en Canadá, sobre todo para dos ecuatorianos. El invierno se anuncia. Esta casa es de madera y tiene sus años. El calor escapa por sus innumerables rendijas.
“Cuando vine a Estados Unidos creían que venía a buscar mujer. Me querían poner anzuelo. Tomé ayahuasca con la gente más importante, del más alto nivel. Con Google, con Nasa, con CNN, con institutos científicos alienígenas, con las élites, con los representantes de las ONG. Ellos saben qué es lo que he dicho. Querían que me divorcie de mi mujer y que ponga una escuela de chamanismo en Norte América. Saben que funciona porque me han hecho pruebas. En el 2011 me llevaron a Kauai. Me preguntaron si habría un Tsunami por lo que pasó en Japón. Yo les dije que no iba a haber porque lo ví en una visión en ayahuasca. Este conocimiento viene desde 16 mil años atrás, no es mío, es de mis abuelos”.
Y no hubo Tsunami en Hawaii ni en Kauai. Empiezo a asimilar cómo se ha ido abriendo camino por acá, y el desconcierto que siento por él se intensifica. Hay movimiento en la casa. Un par de personas pasan sin interrumpir nuestra conversación. Yo les sonrío y sigo grabando. Luego, pregunto a Santi cuáles son sus objetivos.
“Después de recuperar más tierras, vamos a hacer un título global con todas las escrituras que tenemos en Ecuador y las vamos a quemar. Vamos a decir que nosotros no estamos negociando la tierra. La tierra es indivisible, inembargable, inalienable, por perpetuidad. Yo voy a estar viejito, voy a morir pero esto queda donde mi familia. Vamos a dejar un lugar donde nuestra generación sea un Centro de Rehabilitación Espiritual, donde nosotros practiquemos nuestras enseñanzas culturales, un sitio sagrado”, para lo que ha establecido una ONG. Manifiesta que está creando un programa de educación ambiental para sembrar conciencia en las nuevas generaciones. “Vamos a crear un parque etnobotánico para orientar el destino de la educación ambiental del planeta. Esas 500 hectáreas van a estar en el ojo del mundo, se va a llamar, “Parque Etnobotánico de la Comunidad Masanga, Wuayusa Runa”.
“Abriremos ahí la “Escuela de conocimiento Wanduk Yacháy”, que es el nombre de una planta muy importante. Habrán facultades de Antropología, Geología, Botánica, Ciencias Aplicadas y clases de Matemática, todo será enfocado para cuidar y proteger al mundo. Necesito el apoyo indígena y no indígena. Así vamos a crear este programa”.
Flavio enumera los proyectos, que son varios, como “El Bosque Eterno de los Niños”, donde se enseñarán los juegos ancestrales a los jóvenes. “Vamos a elaborar instrumentos culturales y adiestrar en todo lo que es el mundo del deporte indigena, talleres de danza y música. Yo siento que ya estoy preparado para unir al águila y al cóndor y a cualquier espíritu del mundo. Ya estoy preparado, esta escuela va a ser el Aeropuerto Internacional de los Espíritus”.
Santi se siente orgulloso de sus logros y seguro de conseguir lo que se ha propuesto. Pido que me deje tomarle una foto. Él, entusiasmado, se viste de amarillo y se adorna, guapo, con los ornamentos de su tierra.
“Aunque tengo 54 años, siento que aún me preparo para ser un maestro de alto prestigio. Soy un sanador indígena público, de la selva, con mensajes ancestrales. Ya soy público. Estoy protegido”.
Recalca que está abierto a conversar con “los malos y con los buenos, mientras no separe familias y que no sea para destruir la naturaleza. Siempre que sea para la paz y amor universal”.
“Flavio Rafael Santi y la comunidad Masanga estamos dando mensajes y conocimientos de nuestro clan: tabaco, guayusa, ayahuasca, guandú. No solo eso sino la sabiduría misma de nuestros orígenes. No estamos adoptando nada. Es el orígen de la amazonía ecuatoriana, desde Wuambisa, río Wuasaga, la Mía Sal, Flavio, y para el mundo.”
Flavio invita a todos a “ser miembros de esta ONG. Luego nos uniremos con México, Perú, Colombia, Brasil. Quiero saber qué están haciendo estas organizaciones en Sudamérica. Quiero visitar Brasil y saber qué está pasando con las zonas recuperadas para los indígenas. Después de rescatar este 10%, en 2024 podemos empezar a recobrar tierra en Brasil, Colombia y México”.
“Y vamos a hacer un intercambio cultural. Vamos a traer los mejores sanadores del Sur al Norte. Yo aquí trabajo con familias, sanando la tierra, limpiando las casas. Yo descubro donde se necesita el trabajo. Con ayahuasca se ve todo, se abre un portal. Yo busco la maldad, miro preciso dónde está. Esa es mi ventaja”.
“Aquí en el Norte, me acogieron universidades, amigos y una comunidad internacional que va desde White Horse, frontera con Alaska, desde Yukon hasta el sur de Vancouver, todos me han acogido. Te invito a venir conmigo, a Sunshine Coast, para un festejo en mi honor por traer la medicina y unificar a la familia que estaba separada, la he unido. Van a hacer un potlatch", [que es una ceremonia importantísima de las primeras naciones del Canadá].
Cabe decir que para este punto de la entrevista, mi creciente admiración, respeto y asombro por Flavio me convencen de inmediato de presenciar tan prestigioso evento. Allá vamos el día viernes.
Les dejo este documental acerca de la situación comercial del Ecuador con la China en la actualidad y de la necesidad imperante de proteger nuestros recursos naturales de la extracción minera.
Escrito por Cristina Karolys
Edición de textos Paulina Iñiguez
La lucha de los pueblos en el Norte, es la misma de los del Sur, la preservación de bosques y de recursos naturales.
David y Flavio en toma de tabaco.
La guayusa, el tabaco y la Ayahuasca combinados se transforman en una medicina poderosa.
“Me dice el hombre, no estoy río abajo, estoy bajo el agua, en el puerto... Me dice que tiene un cuchillo clavado en la espalda, y que no está solo, que hay dos cuerpos más”. Después le confesó el nombre del que los había asesinado.
David, la Ceremonia Potlatch y el trabajo de Flavio
Salimos temprano en la mañana rumbo a Sunshine Coast. Viajamos tres en una camioneta doble cabina: Flavio, David Villanueva, y yo. David es nahuatl salvadoreño. La historia de David es por sí misma, testimonio de firme resistencia.
Villanueva salió de su país en la década de los 80. Es sobreviviente de lo que describe como un genocidio que arrasó con la mayoría de los miembros de su comunidad. Su madre, valiente mujer indígena, se casó a los 14 años con su padre, un mestizo de 21. Ella sufrió contínuo racismo a lo largo de su vida. En El Salvador “no hay un orgullo en ser indio luego de la Matanza de 1932 cuando cambió todo”, explica David. Me cuenta que a su mamá incluso la comercializaron. “A mi mamá la vendieron a la edad de 10 u 11 años... su propia mamá... a una señora que tenía una finca con una gran casa. Había mucha gente indígena trabajando ahí. La trataban así, no lo mejor… Pero mi mamá bien fuerte, parecida a mí, con mucho cariño, mucho amor y mucha tristeza en su corazón.” Me cuenta con su español salvadoreño.
Continuamos el camino, es temprano y no hay casi tráfico. Llegaremos pronto al puerto. David sigue hablando de su madre, de cuando su padre la sacó del pueblo hacia la ciudad del Salvador para vivir con su familia. Pero, este nucleo era racista, aún siendo mestizo, y machista. No aceptaron su unión y no fueron bienvenidos en el hogar. Tiempo después, un tío los encontró viviendo bajo árboles de mango y donde podían en la ciudad. Sumidos en la pobreza, luego del embarazo y nacimiento de David, al fin fueron admitidos en la casa paterna, pero en palabras suyas, “la trataron no lo mejor”.
“Entonces, nuestra familia es una cosa bien de resistencia, de honor, de tristeza pero de fuerza. Esa fuerza que son nuestros antepasados que nos guían. La que me da confianza en que puedo sobrevivir todo. Esa fuerza de mi mamá”, me dice.
Cuando en la década de los 80s empezó el conflicto armado en El Salvador y sus tíos terminaron apresados y torturados en la cárcel, decidieron partir a México. Y luego, cuando la misma persecución a su familia llegó a México, se aventuraron hacia Canadá. Entonces, terminaron todos en Montreal.
Adaptarse a la vida en Quebec no fue fácil. Sin idioma, casi sin dinero y con una mecánica de violencia intrafamiliar, la familia se dividió unos meses después. David decidió partir a British Columbia. Una vez más se encontró con un nuevo camino y un nuevo idioma, el inglés. Entonces la vida dió otras vueltas y después de ir a Vancouver, a Victoria y de un gradual y poderoso despertar espiritual, empezó a rezar y a conectar con gente de otras comunidades indígenas de esta provincia. En una ceremonia en el norte, La Danza de Invierno, conoció a quien ahora es su esposa, una mujer Secwepemc de las primeras naciones de Kamloops. Ahora, David es cazador en la comunidad que lo adoptó desde hace 19 años y aunque parezca extraordinario, continúa luchando por la defensa de territorio y la protección de fuentes de agua, bosques y otros recursos naturales en tierras canadienses.
Cruzamos en el ferry hacia Horseshoe Bay. Acompañamos con un café nuestra conversación. Ahora hablamos de los sueños de la noche anterior y de su significado. De visiones pasadas, de Latinoamérica, de Ecuador, de El Salvador, de los grupos indígenas en varios lugares del mundo y de cuánto se asemejan. Son lo mismo, repiten los dos.
David, con sus tres idiomas, español, inglés, francés y algunos dialectos, entre ellos el nahuatl, sirve como traductor de Flavio. Me conmueve cómo entre los dos hay un entendimiento innato. Ellos comparten un orígen, un idioma, una historia, un objetivo y una visión en común. Su lucha es en conjunto, su fuerza se multiplica cuando se unen. Flavio y David dicen que en el norte se repite la historia de nuestros países del Sur. “Pasa lo mismo, la oscuridad contra la luz", afirma.
En mi mente siento una lucha entre el hemisferio izquierdo y el derecho, la intuición contra la razón, el corazón contra el cerebro, la apertura de entendimiento contra la estructura. En mi cabeza pelea lo aprendido en un sistema racional contra una voz calladita que dice que el universo es infinito y sobretodo, desconocido, y que allí hay cabida para incontables posibilidades. Flavio dice que “no hay que dudar” y yo quiero saber cómo es que él trabaja. Que siga adelante, me susurra la corazonada.
Llegamos a medio día a la casa comunal en Sunshine Coast. Es vasta, de dos pisos y con varios dormitorios. Construída entera de madera endémica, con arte indígena en sus paredes, jardín, techo y piso. Timátino, el anfitrión, me dice que no puedo tomar fotos ni usar mi teléfono celular. En cierto sentido me siento agradecida. Me va bien descansar de la tecnología y dedicarle mi atención íntegramente a los seres humanos, como era antes costumbre. Me han abierto su casa y debo ser absolutamente respetuosa. Hay bastante gente y un tremendo barullo en la cocina donde se preparan un sin número de platos. La colosal mesa denota la inmensidad del festín. El puesto de Flavio ocupa el lugar principal y a su lado, están vacíon dos, uno para David y otro para mí. No tengo mucha idea de lo que está pasando, de hecho desde que ando con Flavio, las cosas suceden nomás, se abren caminos y la gente se abre de igual manera, como se abren las flores.
Entonces, empieza el chinchín de las copas a llamar uno por uno a tomar la palabra. El potlatch ha iniciado. Los testimonios brotan, surgen los agradecimientos, todos hacia Flavio. Conmovedores, emotivos, con lágrimas unos, con risas otros, con lágrimas y risas los que más. Todos dan testimonio del antes y del después de la llegada de Flavio. Hay algunas mujeres canadienses, todas de edad, sentadas a la mesa. Su presencia es poderosa. Emiten una energía de calma y sabiduría. Los demás se refieren a ellas como hermanas. Una cuenta que cuando llegó Flavio, se cumplió una profecía que anunciaba que “el hombre de las piedras” iba a llegar un día a unir lo desecho. Y que lo primero que hizo Santi al llegar fue sacar dos piedras negras, una de un río de su tierra en el sur y otra de un río del norte de Canadá. Entonces se abrieron los corazones a recibir su mensaje y a enmendar las relaciones que estaban destrozadas.
“El ha unido lo que estaba roto”, me cuentan.
Uno a uno fueron elogiando el trabajo de dos años. La información va llegando paulatinamente hacia mí. Reconozco uno de los rostros que estaban en la casa de la entrevista, el de Varouj, dueño de la propiedad donde Flavio se acomoda por una pequeña cantidad de dinero en Vancouver. Él, al igual que todos, aporta a la comunidad de diversas maneras.
Tomo la palabra y me presento. Digo que soy ecuatoriana, al igual que Flavio y que nos une el mismo objetivo, la preservación de bosques en zonas vulnerables de nuestro país. Además, brindo porque la mayoría de la población ecuatoriana, en voto democrático, ha elegido dejar intacto el Yasuní, evitando la extracción de petróleo en una de las zonas más biodiversas del mundo. Todos aplauden y otro chinchín. Brindamos con guayusa, té o agua.
Hay de todo en el festín. Pavo, pollo, carne de cerdo, de res, salmón, pescado, pan, arroz, patatas, camote, ensaladas, fruta, quesos y chocolate. Han traído los mejores manjares, han preparado las viandas más gustosas, visten sus más finas galas. Seis hombres se encargan de servir los platos y atender a los comensales.
Antes de Flavio había dolor, ira, violencia entre unos y otros. Con su llegada y su dirección, mes a mes, las dinámicas se fueron transformándo. El enfado y el orgullo transmutó hacia el perdón, la generosidad y la entrega. Flavio trajo plantas de poder y con ellas nacieron cosas nuevas, relaciones, proyectos, renovaciones incluso físicas. Los lazos se estrecharon y se expandieron. La comunidad creció. “Vengo uniendo familias. Es dificil unir familias con guerras de ego, de competencias”.
“¿Por qué se combinan estas plantas, la guayusa, el tabaco y la Ayahuasca?”, le pregunto. Santi me dice que cada una de ellas tiene su propio espíritu y que “combinadas se transforman en una medicina poderosa. [Hay que ir tomando guayusa de manera regular y en ayuno]. Es necesario prepararse, “hay que desintoxicar el cuerpo para tener una claridad de visión, para tener visiones y abrir portales a otras dimensiones”.
Terminamos de comer, los mismos seis hombres recogen la mesa. Salimos todos al jardín. Es hora de compartir un poco de tabaco antes de la segunda parte de la jornada: la entrega de presentes. Hace frío, bastante. Es pleno otoño, el invierno se anuncia presto. Inhalamos el tabaco líquido. El ardor llega intenso a la nariz, garganta y cerebro; derramo algunas lágrimas. El tabaco es poderoso. Tiene la cualidad de estacionarte en el aquí y el ahora. Estamos focalizados, nuestra consciencia despierta, atenta, abierta a ofrecer y a recibir la experiencia que sigue.
Luego, toca el tabaco líquido en los ojos. Un par de gotas entran y arden como si fueran fuego, como una llama viva. Yo grito mi agonía pero me calman enseguida, hacen que presione los glóbulos oculares, que los mueva aún cerrados, contrayéndolos para que circulen las lágrimas. Después de un minuto me piden que los abra y que mire al sol del ocaso. Yo veo luces, tres estrellas en total, con colas, como los cometas. Se alegran al escucharlo, al parecer todos vemos cosas diferentes. Las estrellas son indicio directo de la unión cielo-tierra, augurio de que estoy conectada.
En nuestro rostro se dibuja el dolor con lágrimas café oscuro del fluido que rueda como un riacho hacia abajo. Pasa el ardor sutilmente. Me quedo echada en el césped. Descanso unos minutos más. Entro a la casa a mirar los espléndidos cuadros que decoran la casa. Cada uno cuenta una historia. Logro hacer un par de fotos en las áreas permitidas.
La disposición en la casa ha cambiado. Han retirado la enorme mesa, despejando el área central. Hay un altar repleto de objetos hechos a mano, preciosas cajas de madera, atados de flores, funditas de tela hechas a mano, una espectacular cobija tejida por las primeras naciones, un báculo, un remo. Nos sentamos los invitados circundando el altar. Esta vez, estoy frente a Flavio. Él, David y Montaña Blanca están sentados en sillas, los demás nos acomodamos en el piso. David continúa a su lado.
Montaña Blanca es un hombre antiguo. Me impresiona su altura, su largo cabello, el tocado en su cabeza. Me conmueve la bondad que veo en sus ojos y también su respiración que se escucha débil, como efectivamente comprobaríamos días después, cuando se apagó en una triste noche.
Timátimo dirige la ceremonia. Toma un presente a la vez y lo va repartiendo uno a uno a cada testigo. Hay piezas fabulosas, hechas con detalle, a consciencia y cuidado. A mí me regalan una vela envuelta en un pañuelo y una bolsita de tela con salvia en su interior, para mis rezos. Me siento bienvenida, una vez más. Yo nunca he presenciado un evento así. Es como una gran y amorosa familia en navidad sin regalos comprados sino fabricados a mano a lo largo del año con dedicación y afición.
Timátino toma la manta y envuelve a Flavio en un abrazo. Él ríe en agradecimiento, emocionado. Luego, recibe el báculo de igual manera, honrado. Palabras brotan emotivas, las de Montaña Blanca, enternecedoras.
Entra la noche. Se terminan los regalos, vienen los abrazos. Digo a Montaña Blanca que ha sido un privilegio conocerlo. Converso con algunas hermanas. Su arte es inspirador y su forma de vida, honesta, pensada y altruista. Nos dividimos. En la casa se acomoda alguna gente.
A Flavio, David y a mí nos dirigen a otra propiedad que está cerca. Es una loma con un áreas de camping. Hay varios trailers estacionados en cortas planicies. Me sorprendo de cuánta gente ha llegado de diferentes partes de la Columbia Británica, de Yukon y de Alberta. Pasaríamos la noche en uno de los camiones con tres habitáculos. Somos tratados con privilegio por estos espléndidos anfitriones.
Hay dispuesta un área de fuego y un inmenso tipi a su lado. Entramos y nos sentamos alrededor de un fogón. La gente canta y cuenta historias entre más testimonios. La noche está despejada y se observan azules los astros en el cielo.
Nos retiramos pronto, cansados. Flavio y David quieren tomar guayusa y tabaco a las 3 de la mañana. Empezarán a prepararse para la conferencia Spirit Plant Medicine, importantísima para promulgar los valores de protección de bosques y la preservación de las plantas de poder. Los ojos de la comunidad científica van a estar sobre las ponencias, productos y nuevas prácticas terapéuticas promovidas en este gran evento.
Me retiro a mi cómoda habitación donde intento ordenar mis pensamientos, pero estoy tan cansada que caigo rendida. Con una sonrisota, eso sí.
Me despiertan a las seis de la mañana. Es hora de partir, de tomar el ferry para cruzar de vuelta a Vancouver. En el trayecto empiezo de nuevo con las preguntas. ¿Es la toma de plantas de poder fundamental en estas terapias? Santi sostiene que la ayahuasca es “una estrategia para trabajar en familia”. Primero, se elimina el ego, el orgullo. “Después, se conecta el trabajo de todos”.
“¿Cómo funciona en ti la sustancia?”, cuestiono. “Con la ayahuasca descubro donde se necesita el trabajo. Con ayahuasca se ve todo. Se abre un portal. Yo busco la maldad, [y la encuentro]. La ventaja es que tomo ayahuasca y miro todo”. Entonces me cuenta cómo se dió a conocer en esta comunidad. “Yo estudié la regresión y la comunicación con los espíritus. En el Yukon, un hombre se había perdido hace 8 días. Que venga a encontrarlo, me pidió la familia”. El hombre se presumía muerto, entonces Flavio se preparó para su búsqueda. Ayunó, tomó guayusa y tabaco. Cerraron todo para tener oscuridad absoluta. “Trajeron la foto del hombre, tomé ayahuasca y llamé a su espíritu. Estaba cantando y en tres segundos vino. Tomó mi collar. Su presencia era fría y asustaba muchísimo. ¿Por qué me llamas? Tu familia está preguntando por tí, respondí. ¿Tú sabes que nadie muere, verdad? Mira, yo soy lobo blanco. Yo miro como corre hacia la montaña [convertido en lobo]”. Flavio, en su visión, lo persigue, rapidísimo. “Me dice el hombre, no estoy río abajo, estoy bajo el agua, en el puerto. Él se transforma de lobo en hombre otra vez. Me dice que tiene un cuchillo clavado en la espalda, y que no esta solo, que hay dos cuerpos más”. Después le confesó el nombre del que los había asesinado.
Con esta información, Santi lideró los grupos de rescate, fueron al puerto que había descrito y encontraron el cuerpo, luego los otros dos. Posterior a la autopsia determinaron que había sido acuchillado por la espalda.
Con este trabajo se ganó el agradecimiento y la confianza de la comunidad en el Yukon que lo introdujo a la comunidad en Sunshine Coast. Luego de su exitosa terapia, su prestigio se ha extendido por la Columbia Británica hasta Vancouver.
Flavio defiende las plantas de poder y se opone a que sean categorizadas como psicodélicos. Además, se opone a su uso recreacional y a la sintetización de estas plantas para masificarlas y convertirlas en comercio. Él llevará este mensaje a la conferencia a la que asistirán algunos terapeutas destacados de la comunidad científica. Flavio y David, fungiendo como traductor, cerrarán el segundo día de conferencia, después de la presentación del Dr. Gabor Maté.
En la tercera parte de esta entrevista, trataremos exclusivamente sobre las plantas de poder, la conferencia Spirit Plant Medicine, y la última ceremonia del año antes del regreso de Flavio a Ecuador.
Aquí les dejo un link a un “The Reality of Truth", documental ganador de un Oscar para entender un poco más cómo funcionan las plantas de poder.
Y aquí, la intervención del Dr. Gabo Maté, Manifesting the Mind Inside the Psychedelic Experience.
He llegado a casa y otra vez, caigo muerta con una gran sonrisa.
Escrito por Cristina Karolys
Revisión de texto por Paulina Iñiguez
“Ya nos robaron el oro negro y amarillo, ahora vienen por el verde. Van a robar las plantas y las van a alterar. Entonces se van a crear adicciones y van a tener legiones de zombies. Esta es una profesía”
David y Flavio, grandes amigos con un objetivo en común
La Conferencia sobre Medicina de Plantas Sagradas, los Psicodélicos y la Posición de Flavio
Flavio Santi y David Villanueva se preparan para la conferencia en UBC. Faltando cinco días para el gran encuentro de pensadores, comunidad científica, terapeutas, estudiantes e interesados en terapias alternativas con uso de psicodélicos sintéticos, (como la Ketamina, el LSD, MDMA, etc) y Naturales, (como la Psylocibina, el Canabis, el DMT, etc.), han empezado a ayunar. Aquí una lista de las medicinas alternativas en estudio.
Flavio Santi está programado al final del día y su ponencia se llama, “Sacha Supay, Espíritu de la Selva. El libro de los Ancestros”. David servirá de traductor. Están nerviosos los dos, esta será una gran oportunidad para comunicar su posición ante el uso de la Ayahuasca o Yagué fuera de su entorno original. Su mal, uso, según Santi.
Primero, se opone a su descontextualización. Y es que esta bebida está fuertemente arraigada en tradiciones, mitos, terapias, rituales que son parte de su formación cultural. “Es el espíritu mismo de la selva, de la magia del orígen de la vida y como tal debe ser respetado”, sostiene. La Ayahuasca debe ser consumida dentro de un entorno definido, con un guía preparado para acompañar, cuidar y descifrar las visionesque se presentan y usarlas como ayuda terapéutica. El shamán es el guía designado y entrenado para este único propósito.
Segundo, Santi objeta la sintetización de la planta. Observa que al extraer la sustancia activa, (DMT) se altera su naturaleza, el espíritu primario del bejuco. Además, refuta el uso masivo de esta planta sagrada. Debe ser consumida con un propósito, dentro de un contexto y no con un fin recreativo o superficial.
“Ya nos robaron el oro negro y amarillo, ahora vienen por el verde. Van a robar las plantas y las van a alterar. Entonces se van a crear adicciones y van a tener legiones de zombies. Esta es una profesía”. Santi sostiene que el buen manejo de esa planta cura las adicciones en vez de engendrarlas.
Tercero, desaprueba la categorización del Yagué como Psicodélico pues dice que el momento en que entra en esta categoría, tiene incluso repercusiones legales para él y su comunidad.
Ahora entiendo por qué está nervioso. No será fácil hablar sobre el uso indebido de su planta sagrada ante una comunidad que ya se encuentra sintetizándola y comercializándola. Difícil mantener buenas relaciones con la misma comunidad de mente abierta que lo ha acogido en el Norte pero que usa su liana en terapias y usos de los que él desconoce. Y a la vez, es mostrar una contradicción en su propio trabajo, porque Santi lidera tomas y ceremonias pagadas que representan también un ingreso económico para sostenerse en Canadá y para sustentar su proyecto en Ecuador. Es un trabajo de diestra diplomacia, delicado.
La conferencia está planificada como la última del día segundo del encuentro, luego de la ponencia del reconocido Dr. Gabor Maté, “Psicodélicos: Lo Bueno, lo Malo y lo Feo”. Maté, médico retirado, estudia los vínculos entre el trauma, las adicciones y los comportamientos disfuncionales. Es autor de un bestseller y de un método terapéutico, (Indagación Compasiva), que ha sido estudiado en los últimos tres años por más de 3,000 proveedores de atención médica en 80 países.
Maté admite que los psicodélicos ofrecen una perspectiva diferente sobre la vida, ayudando a las personas a enfrentar y procesar sus traumas pasados y a superarlos. También advierte sobre la importancia de tomar precauciones antes de la toma y de que la experiencia sea supervisada por personas con práctica y conocimiento. Da testimonio de algunos casos crónicos cuyo tratamiento y rehabilitación han sido posibles gracias a esta medicina pero también habla sobre los posibles riesgos de la ayahuasca, especialmente para personas con antecedentes de trastornos de salud mental o que están tomando ciertos medicamentos. Señala que la experiencia con ayahuasca puede ser intensa y desafiante, y que no es adecuada para todos.
Mientras, Flavio y David toman la última guayusa e ingieren tabaco líquido por naríz y ojos, en silencio, mirando el último sol de la tarde, yo llego a UBC. Hay puestos de venta de los productos y servicios más novedosos que he visto en mi vida en relación a psicotrópicos. Las más variadas terapias, medicinas alternativas, adornos de primeras naciones del mundo, instrumentos musicales extraordinarios... Adentro, la sala está llena.
Mientras la gente espera con ansias el fin un día de apretada agenda y de abundante información, se anuncia el nombre de Flavio. Santi sale, toca la quena. David, a su lado, lo acompaña. Luego, los dos convocan al público a prestar oído a su intervención con un canto antiguo del corazón de la selva. La gente acude.
Aquí algunos vídeos de lo que fue su exposición. Juzguen por ustedes mismos el impacto de sus palabras.
Lejanos han quedado los días desde mi último encuentro con Flavio. Él sigue en Ecuador, nuestro convulso país que está a punto de elegir a su próximo presidente. Ecuador, país que amo y que intenta recuperar su autonomía después de haber sido gobernado por hordas delictivas que lo entregaron a los narcos, vendieron sus recursos naturales a China y extendieron sus nefastos tentáculos hasta el último recoveco de institución que forma su estructura. Un pulpo venenoso, que pretende ser exterminado, cortando de una en una sus extremidades y su tóxica y expansiva tinta negra.
Desconozco la posición política de Flavio pero confío en que tomará las decisiones correctas para la protección de su territorio y de su comunidad. Flavio, extraordinario ser humano a quien tuve el gusto de conocer, compartir experiencias fantásticas y a quién puedo llamar ahora, mi amigo.
Al empezar esta extensa entrevista, que ha constado de tres partes y de la cuál soy también protagonista, he hablado de su formación como Shamán, de su trabajo en Norteamérica, de sus objetivos e ideales como líder de su pueblo. En mi afán de narrar mis experiencias y conversaciones con él, no quiero idealizarlo, aunque debo reconocer mi admiración por él. Si bien es cierto que su meta es recuperar y proteger su bosque y restaurar su cultura y fortalecerla con otras comunidades indígenas del mundo (como Canadá, Estados Unidos, México, Hawai), su interés es también crear nexos comerciales con ellas. Y no es que esto sea algo negativo, porque de alguna manera ha de sustentarse y generar ingresos, pero creo que hay que llamar a las cosas por su nombre. Después de todo, el ser humano vive y depende de intercambios, en este caso, uno cultural y espiritual por otro económico.
Acerca de David supe que estuvo un tiempo en el desierto en Jalisco, Méjico, visitando el territorio de la Nación Wixárika, tierra del peyote y de hombres sabios y antiguos como Don Rafael Pizano. Don Rafa, como le llaman sus allegados, es uno de los últimos Marakames (hombres de medicina) que ha recorrido sus arcáicas rutas de peregrinaje hacia sitios sagrados a pie. Él ha sido invitado este año a la Conferencia de Plantas Sagradas en Vancouver que se titula, El Rol de los Psicodélicos en un Planeta en Transición. Don Rafael representa a su tribu en el Proyecto de Preservación de Territorio Sagrado Wirikuta. Cuando lo conocí en 2023, me pareció sabio como un árbol. Su piel es una corteza oscura y agrietada. Silencioso, mira y sonríe a su alrededor. Usa un sombrero llamativo típico de su tribu, que aparenta ser la copa del árbol que corona su tronco.
Regresando a David, él sigue siendo activista, defendiendo a su congregación, estudiando las plantas de poder y tejiendo nexos entre las comunidades de Norteamérica. Nos saludamos de vez en cuando para mantener el contacto. Él me cuenta de sus andanzas, yo un poquito de las mías.
Pronto vendrá un nuevo encuentro, Flavio está por regresar. Golpeará otras puertas, algunas se abrirán. Se estrecharán lazos comerciales y otros de amistad, siempre con respeto, integridad y afán de servicio a la humanidad.