Me mudé a otro país en busca de mi esperanza perdida. Ahora estoy aquí y me sigo sintiendo impotente.
por Josefina Llanos
Durante mi infancia, viví sobreprotegida y creía que todo era posible si le echaba ganas. Durante mi adolescencia y juventud viví experiencias que me enseñaron que las cosas no cambian sin importar lo que yo haga. O al menos esa fue mi interpretación. Concluí que mis decisiones no importaban. ¿Cuál hubiera sido lasolución? ¿Ser una niña con menos esperanza? ¿Tomarme mis experiencias menos en serio? Y, lo más importante, ¿cómo me quito esta impotencia aprendida que cargo conmigo, tan pesada, que me ahoga aún cuando ahora el agua es poco profunda?
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Crecí en México, en una familia muy feliz. Me criaron con la idea de que el mundo funcionaba así: todos tienen un buen corazón en el fondo, y todas las injusticias se resuelven al final.
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Me gradué de la Universidad a los 21 años y empecé a trabajar a los 22. Fue entonces cuando el mundo en el que creía vivir empezó a desmoronarse frente a mis ojos.
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Comencé a trabajar como escritora en una compañía de educación. Nos dijeron: lo que más importa es que a los niños les llegue el mejor producto posible, nunca tengan miedo de hablar cuando vean algún problema. Alguien con más experiencia hubiera visto que esto era una trampa. Yo, por sobreprotegida, no me di cuenta. No tenía idea de hay personas que son tan inseguras, que no puedes darles la más mínima crítica, por más cortés y profesional que sea.
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Se suponía que mi jefe se encargaba de distribuir la carga de trabajo y de ayudarnos a llegar a las fechas límite, pero iba a la oficina todos los días a hacer nada. Nosotros, sin líder, tratamos de mantener el trabajo fluyendo lo mejor posible. Cuando le dije al jefe que, basado en la lista de cosas por hacer, la fecha límite, y el número deescritores, yo no creía posible terminar el proyecto actual a tiempo, se puso como loco, me dijo que no podía decir cosas así (mucho menos en un email). Unas pocas semanas después, me despidieron y tiempo después me enteré de que me habían culpado a mí por retrasar el proyecto.
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En ese momento fue cuando mis esperanzas por un mundo bueno se perdieron. Supongo que mi error fue generalizar: si así funcionaba la compañía, significaba que así funcionaba el mundo.
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• No puedes decir la verdad.
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• Aquellos que aplauden tu trabajo te van a apuñalar en la espalda por hacerlo bien.
• No puedes mostrarle a la gente lo buena que eres haciendo tu trabajo porque se van a sentir amenazados.
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Sin embargo, me dije a mí misma que no podía ser que todo el mundo fuera así. Si hubiera pensado eso, perdería toda mi esperanza, y los seres humanos queremos algo en qué creer. Había un lugar donde, en mi mente, estas cosas no pasaban: Norteamérica.
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Otro lado mi impotencia aprendida está relacionado con falsas expectativas. Sucedió casi al mismo tiempo que mi decepción laboral.
Tenía dos proyectos: escribir y vender un libro, y empezar un blog. Hay una cita de la película La Princesa Prometida que dice “La vida es dolor, Alteza. Cualquiera que diga lo contrario está vendiendo algo.” Convertirse en escritor no es fácil, y cualquiera que diga lo contrario está tratando de venderte cursos en línea. Leí sobre cómo leer y autopublicar tu novela, y sobre cómo crear un blog en línea que generara miles de dólares al mes. Las promesas siempre eran exorbitantes: te convertirás en el número uno. No conocía a nadie en mi pequeña ciudad que estuviera haciendo las cosas que yo quería hacer, así que no tenía a nadie que moderara mis expectativas.
Por supuesto, no me convertí en la número uno, y no generé una cantidad significativa de dinero con mis ventas de libros o mi blog.
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Estas dos experiencias pasaron casi al mismo tiempo y me hicieron sentir impotente de un forma que no se me ha quitado desde entonces. Ahora estoy en un estado que llaman impotencia aprendida. Extrañamente, esta impotencia se ha manifestado en que, como decimos en México, abarco mucho y aprieto poco, me he vuelto muy adicta al trabajo, y me sobresaturo. ¿Por qué?
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Impotencia aprendida es cuando estás convencida de que tus decisiones no importan. Pensamos que esto significa depresión o parálisis para elegir, pero no siempre es así. En su libro Esencialismo, Greg McKeown explica que la impotencia puede manifestarse como una mentalidad de “voy a hacerlo todo.” Esta actitud es igual de desesperada que estar paralizado. Significa que, porque crees que no tienes control sobre la dirección en que va tu vida, tienes que tomar todas las oportunidades que se te presenten, solo por si acaso una de ellas te lleva en la dirección correcta.
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Este comportamiento es contraproducente y puede llevar a aún más impotencia: como no estoy eligiendo, no hago avances significativos en las cosas que son importantes para mí, y esto refuerza la idea de que no hay esperanza para mí; no puedo hacer las cosas que quiero, y nunca voy a poder. Y no nos preocupa como debería porque el capitalismo celebra la mentalidad de “yo puedo con todo.”
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McKeown dice que el antídoto de la impotencia aprendida es aprender que tenemos opciones, y que nuestras decisiones importan. Yo agregaría que, cuando no tenemos opciones (que es el caso para muchos migrantes), necesitas confiar en ti mismo, confiar que puedes identificar las cosas en las que sí tienes opciones, por máspequeñas que sean, y confiar en que tienes las herramientas para resolver las situaciones en las que no tienes opción.
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También necesitamos cambiar nuestro concepto de “fallar”. Fallar no existe. Los errores son parte de todo. Como cultura, necesitamos aceptar esto y dejar de esperar perfección.
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Actualmente estoy trabajando en cambiar lo que significaron las cosas que me han pasado. Yo quería ser la número uno, y eso me cegó a lo maravilloso que era que yo estuviera en una posición de escribir y autopublicar libros, o no pude disfrutar de la pequeña pero constante cantidad de lectores en mi sitio web porque quería tener millones de lectores de la noche a la mañana. La gente estaba leyendo mi blog, ¡y yo no lo estaba disfrutando! Qué triste.
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En cuanto a mi mal jefe, mi impotencia vino de ser tan cuidadosa con esta persona y que aún así me trajera problemas. La próxima vez quiero ser completamente honesta y fiel a mí misma para que, si me despiden, yo sepa que fue por expresarme, en vez de que sea a pesar de que me quedé callada.
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Ahora estoy en Norteamérica. Me mudé a Vancouver, Canadá, hace tres años, y ha sido la cosa más difícil que he hecho en mi vida. Vancouver definitivamente no es el refugio que imaginé, y las cosas aquí no son perfectas. Muchas cosas son más fáciles, y es maravilloso ver que tanta gente aquí no tiene impotencia aprendida (muchos sí, y tristemente no se les da mucha visibilidad o voz). Yo pensaba que si me iba del lugar donde estaban mis limitaciones, sería libre. Pero resulta que ahora las limitaciones están en mi interior. Actualmente mi objetivo es liberarme de ellas.
Josefina Llanos López
Josefina nació y creció en México, donde obtuvo su Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas por parte de la UMSNH, así como un diploma en enseñanza del inglés. Trabajó para publicaciones y televisión en su ciudad natal, Morelia, así como para la plataforma educativa Knotion. Estudió Film Arts en Langara College y actualmente vive en Vancouver, Canadá, donde trabaja de escritora y supervisora de guión.
Sus cortometrajes han estado en el Festival de Cine de Whistler, y nominados a un Premio Leo.
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