Un Nuevo Comienzo
Aquí cierto vocabulario, términos y jerga que he aprendido desde que llegué a Canadá:
Procrastinación, cinismo, y el acertado uso del término pasivo-agresivo. Llanta (corporal), arremetida, aunque, hasta la fecha, ir de acá para allá, repanchingarse. Infatuarse.
La historia de María Tifoidea, la leyenda de Pie Grande, el uso de abreviaciones para todo o casi todo.
Siento inmensa gratitud por estar aquí, aunque extraño EC.
Todo lo que he aprendido desde la infancia, hasta la fecha lo he utilizado.
He ido de acá para allá.
Me he ausentado de la escritura por un tiempo. Dejé la ciudad donde vivía porque ninguno de los cuatro trabajos a medio tiempo que tenía me daría la Residencia Permanente y luego de meses de largas, forzosas y dolorosas aplicaciones, comencé a postularme en otros lugares lejanos. Conseguí uno en una isla, a una hora y cuarenta minutos de cruce en ferry y cuatro de recorrido hacia el norte. Un pequeño pueblo de aproximadamente cuatro mil habitantes. Compré un auto, empaqué mi vida en cuatro maletas y me las jugué todas. Llegué a la punta norte de la Isla de Vancouver.
La busqueda de un nuevo arriendo empezó otra vez. El hotel que me contrató me hospedaría las primeras tres semanas, luego, tendría que encontrar mi lugar propio. No pasó mucho tiempo hasta que encontré un apartamento en un edificio a pocos minutos de mi trabajo. Catorce arriendos, alrededor de diez y siete personas viven aquí. La mudanza fue fácil, pero en cuanto comencé a descargar el auto y a subir las cosas, una ambulancia llegó a la entrada del condominio. Los paramédicos fueron directo al número 4, el apartamento al lado del mío. Pude verlos intentar reanimar a un joven en el suelo. Persistieron en darle RCP durante minutos y minutos; la puerta estaba entreabierta. Mientras yo seguía metiendo las cosas, para la última caja sabía que sus intentos serían infructuosos. Lo declararon muerto una media hora después de intensos esfuerzos. Su nombre era Chris y la causa, una sobredosis. La pareja que llamó a la ambulancia se fue unos minutos después, agotada de una larga noche de consumo y los tristes y aterradores eventos de la mañana. La policía llegó, la ambulancia se llevó el cuerpo y cerraron la puerta. Un trágico y profundo silencio se apoderó del edificio, dejándome con el corazón apesadumbrado y un puñado de preguntas.
Nunca olvidaré la carita de su perro que me miraba desde su balcón. El sabía antes que nadie que su dueño había recibido su sentencia de muerte. El lo supo antes que nadie.
El abuso de drogas y alcohol y el suicidio son causas notables de muerte en esta pequeña ciudad. Con más del 35% de población indígena, las diferencias sociales y la reciente y contínua historia de trauma contribuyen a esos altos índices. Ha sido impactante para mi descubrir la historia verdadera de Canadá y sus mecanismos de control y dominación que mantuvieron ocultos al mundo, incluso de la mayoría de sus ciudadanos. Los nativos fueron expulsados de sus territorios, apiñados en unen tierras extranjeras y absurdas sin significado para ellos. Sus costumbres fueron prohibidas, como su derecho a juntarse en sus potlatches y, en un intento de suprimir su lengua y su cultura, sus hijos fueron forzados a adoptar las costumbres eurocanadienses en internados que operaron desde 1870 hasta 1996. Desde el hallazgo en el 2021 de cientos de cuerpos de niños enterrados en los patios traseros de esas residencias, la verdad empezó a desvelarse. Mi desconcierto aún continúa desde ese mismo año cuando celebré los eventos de la “Verdad y Reconciliación,” y comencé a abrir mis ojos a la historia tal como la conocía.
A pesar de las concesiones del gobierno a los grupos indígenas todavía queda un largo camino para la reconciliación. Pese a algunas tierras devueltas, su derecho a la autonomía y preservación cultural, e incluso estar extentos de impuestos, la verdadera sanación no está ocurriendo para estas naciones. En algunos casos, estas licencias aplacan su deseo de progresar y desvanece sus ambiciones de una vida mejor. El problema no es el dinero ni el poder.
Hay asuntos complejos que apenas vislumbro y que revelan particularidades y similitudes con lo que sucede en el resto del sur de América. Los tiempos modernos piden un nuevo comienzo. Tan simple como suena, reconocer que el verdadero bienestar no se encuentra fuera de nosotros sino que es una elección personal, una responsabilidad propia. Pese a los horrores del pasado no podemos culpar a otros, a nuestros padres o a la historia por nuestras elecciones individuales. Citando al Dr. Gabor Mate, “Puede que no seamos responsables de la forma en que el mundo ha creado nuestra mente, pero podemos aprender a asumir la responsabilidad de la mente con la que creamos nuestro mundo."
Por supuesto que el abuso de sustancias no es exclusivo de la población indígena, aunque, según las estadísticas, ellos son los más afectados; está bien extendido en esta comunidad. Chris no era indígena. Puede que contribuya al hecho de que hay poca cultura aquí en el pueblo y sus alrededores, y pocas cosas para hacer. El trabajo se centra en la pesca, la explotación forestal, la minería y, debido a su naturaleza abrumadora, la observación de ballenas, el senderismo, el trekking, la navegación y el buceo, principalmente en las temporadas cálidas. Aquellos que no forman parte de estas industrias no tienen muchas opciones. La escena musical es limitada, pero apuesto a que hay mucho pasando de lo que yo sé. Estoy sedienta de ello y he comenzado a investigar.
Mientras ordenaba mi nueva vida, un hombre se acercó en su coche a mi balcón. Me pidió que lo dejara entrar. Era el padre de Chris que quería recoger algunas cosas del apartamento cerrado. Me dijo que tendría que esperar a que la policía lo abriera, y no quería hacerlo. Comprendiendo su dolor y su deseo de encontrar un cierre, lo dejé entrar al edificio. Luego, crucé al apartamento 4 por mi balcón y le abrí la puerta principal. El olor a químicos era fuerte, el olor a crack, que pude reconocer. La escena era impactante; había comida derramada en el suelo, platos sucios, parafernalia de consumo, la cuchara, la pipa… y ahí estaba su padre, John, tratando de entender qué había pasado, dónde colapsó su hijo y las circunstancias previas a su fallecimiento.
"Solo quiero la tele”, me dijo. “Voy a tirar todo lo demás".
Los objetos carecían de sentido. John quería ver el lugar de su hijo y entender lo que pasó. “No puede estar realmente interesado solo en una estúpida tele”, me dije.
“Te ayudo a llevarla al coche”, le dije.
Allí estábamos, desatornillando el enorme aparato de la pared. Mientras expresaba mi pesar, John me contaba sobre su servicio militar y su experiencia al perder a sus amigos más cercanos. Luego, comenzó a rogarme que me llevara algunas de las cosas. Me sentí abrumada por todo y acepté algunas; sentí su alivio al hacerlo. Así es como amueblé mi apartamento: un sofá de cuero negro, una lámpara y una pequeña mesa redonda blanca. Un microondas, un elefante de porcelana roja, una máscara africana de madera, a la que llamo 'el hombre'. Chris tenía objetos de arte magníficos, incluyendo una pequeña ballena de peltre fino que John había comprado en un viaje que hicieron juntos. La llamo 'la madre'. Se fue, cansado, ya que le dolía la cadera; volvería mañana. Dejó la ventilación y las puertas abiertas para que el fuerte olor químico finalmente saliera de las habitaciones.
“Debe haber sido accidental; su muerte fue accidental, lo sé”, repetía constantemente.
Ya en mi espacio, limpié y desinfecté el olor impregnado en cada objeto, testigo de la tragedia. No puedo decir que estaba contenta de tenerlos.
Y entonces suena la alarma de incendio. “Maldita sea, ¿y ahora qué?”, pienso en voz alta. El sonido es tan fuerte que quedarse adentro no es una opción. Afuera, nos encontramos con los vecinos, también experimentando el alboroto: unas señoras y un par de hippies. Me dirijo a uno de ellos y le saludo. Tiene una actitud amable y acogedora; es el vecino del 5. Hablamos sobre Chris, los tristes acontecimientos y su perro. ¿Quién va a cuidarlo? Empezamos a discutirlo.
"Yo,” dice el del número 1.
“O yo,” manifiesto, pensándolo dos veces.
Estamos todos tristes. La chica del 7 está llorando. Era su novia. Delgada, se ve tan frágil. Le digo: “Oye, lo siento mucho”. Me agradeció por ayudar a John a sacar sus cosas. Me preguntó por un cuadro pequeño de un osito de peluche del cual no tengo ni idea. Todos estamos afuera, los habitantes de Hardy Bay, unidos por el drama, por la futilidad de la muerte que bien podría tocar en cualquiera de nuestras puertas en cualquier momento. ¿Estaremos allí unos para otros cuando la muerte llegue? ¿Nos mantendremos unidos, ayudaremos, o nos esconderemos detrás de nuestras cortinas, refugiados en el calor de una bebida, un baño, un libro o el sueño?
Se apaga la alarma. La pelusa de una trampa repleta en una secadora de ropa había elevado la temperatura en la lavandería comunal. Entramos, cada uno a su apartamento. Me acuesto, evocando los eventos del día. A pesar de todo, me alegro de haber conocido a los vecinos que parecen personas comprensivas y acogedoras. Espero estar en el lugar correcto y en el camino profesional adecuado. Haré nuevos amigos, encontraré una nueva comunidad y enfrentaré la vida en este nuevo comienzo. “Ese hippie está bueno,” pienso para mí misma.